La soledad crea un halo de radiactividad insuperable para los que buscan compañía, sólo atrae a otros solitarios cuyo campo de acción se intensifica al estar cerca de su semejante.
La mano recoge la señal del cerebro y adelanta un palmo para acercarse a la del compañero...¡Casi!
Cualquier cosa es bastante para entorpecer la frágil voluntad, una risa en la mesa vecina, una puerta que se cierra bruscamente, un estornudo. Y comienza el retroceso de la acción, la mano vuelve acobardada hacia la copa que sostenía antes del esfuerzo.
Esa pereza ¿es miedo al fracaso?
¿Imposibilidad genética para renunciar a la libertad?
¿pundonor enmascarado...?
...y así las cosas, una gran aureola dentro de la cual coexisten moléculas que no llegan a juntarse pese a reconocerse iguales.
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