martes, 31 de marzo de 2009

SOBRE TODO...LA VIDA

Dominada por el instante, sin expectativas, ni deseos, decidí acercarme a los lugares que nunca había recorrido, pese a su cercanía. Me asomé a mi cuerpo, a mi respiración, a mis órganos vitales, y todos estaban allí, abatidos, adormecidos en un halito de aire que les mantenía en un consagrado anonimato.Comencé a observarlos consciente de que mi mirada atenta podría recordarles su función en mi cuerpo. Nuestra simbiosis. Como si fuera el único trabajo encargado, los observé consciente, agradeciéndole tantos momentos en los que, sin yo pedirles nada, ellos me habían aportado la energía suficiente para disfrutar de cada instante. La emoción devino en lágrimas, que cayeron sobre el páncreas y se animó a latir, recuperó el tono y, sonrosado, se iluminó como una flor que se abre ante el sol una mañana de primavera. Aquello produjo un efecto en cadena en todos los órganos vecinos que, bañados por la luz del páncreas, bostezaron a la vida. El bazo y el colon descubrieron la linea permanente que les mantenía unidos en un mismo cuerpo y sintieron una profunda compasión por su eterno compañero. Emergieron, contagiando en su despertar a otros anexos. De este modo, el esófago y el estómago degustaron con entusiasmo el último bocado aún no digerido. A la par, el hígado y el riñón, que no eran ajenos a la sensibilidad que se tejía, comenzaron a desperezarse. Para entonces, el corazón y el hígado ya estaban saboreando la sangre y el oxígeno a manos llenas. La ilusión del conjunto de órganos despiertos fue como una traca para los oídos que siempre estuvieron vueltos hacia el exterior, resurgieron, junto a los demás sentidos. El cerebro, finalmente, viendo a la orquesta en movimiento, decidió poner los pies en el suelo.
Fue así como salí del coma.
Cuando a Pepita le dieron la noticia de su casorio con el vecino del 4º, formó un basilisco que aún recuerdan en el barrio, anduvo varios días desnuda bañándose en la fuente de la plaza, dijo el barbero que agarró sus enseres y se afeitó la cabeza hasta el último pelo. Su padre organizó la boda a sus espaldas, había que casarla a no más tardar en un mes, antes de que se le notara la panza, y quién mejor que Juan, viudo, con cinco hijos, ciego de un ojo y echado a perder, más si cabía, por la bebida desde que murió su mujer. Para cuando naciera la criatura habría olvidado ya la fecha de la boda. Claro que la noticia se la dieron, sin más, en la mismísima capilla. Su padre le apañó el vestido de novia de la difunta esposa de Juan y en la misa de 11 de cualquier domingo, mientras Pepa confesaba su pecado de fornicación con aquel huésped del hostal alegría... zas!!! le colocaron el vestido por las bravas y la llevaron del brazo, en volandas, a la vicaria. Cuando el párroco decía aquello de “en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza ” Pepa se rasgaba el vestido y echaba a correr por el pasillo largo buscando la salida de aquella emboscada. Desde entonces, vaga por las calles, sin otro ropaje que sus ansías de libertad.