martes, 31 de marzo de 2009

Cuando a Pepita le dieron la noticia de su casorio con el vecino del 4º, formó un basilisco que aún recuerdan en el barrio, anduvo varios días desnuda bañándose en la fuente de la plaza, dijo el barbero que agarró sus enseres y se afeitó la cabeza hasta el último pelo. Su padre organizó la boda a sus espaldas, había que casarla a no más tardar en un mes, antes de que se le notara la panza, y quién mejor que Juan, viudo, con cinco hijos, ciego de un ojo y echado a perder, más si cabía, por la bebida desde que murió su mujer. Para cuando naciera la criatura habría olvidado ya la fecha de la boda. Claro que la noticia se la dieron, sin más, en la mismísima capilla. Su padre le apañó el vestido de novia de la difunta esposa de Juan y en la misa de 11 de cualquier domingo, mientras Pepa confesaba su pecado de fornicación con aquel huésped del hostal alegría... zas!!! le colocaron el vestido por las bravas y la llevaron del brazo, en volandas, a la vicaria. Cuando el párroco decía aquello de “en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza ” Pepa se rasgaba el vestido y echaba a correr por el pasillo largo buscando la salida de aquella emboscada. Desde entonces, vaga por las calles, sin otro ropaje que sus ansías de libertad.

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